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Ofelia Leiva: “Mi corazón necesita cantar en Corrientes”

A pesar de sus dificultades que la llevaron a dejar lo que más ama, decidió volver porque no puede vivir sin compartir el chamamé. La artista más querida de la fiesta brindó una entrevista exclusiva a época, en la que recorrió sus inicios, el amor con Rosendo y el futuro de nuestro género musical.


CINTILLO

SergioLa emoción y el recuerdo de Rosendo siempre están presentes en ella. Cuando le toca hablar de su pareja de canto por 35 años y de vida por casi 40, suelta un lagrimón. Sin embargo, a pesar de sus fuertes emociones, vuelve a mostrarse como todos la conocemos: sonriente y con ganas de continuar.

Pareciera lejano aquel 2017 cuando decidió dejar de cantar por sus problemas de salud. Sin embargo, su amor por el chamamé, ese ritmo que conoció a los ocho años, terminó siendo más fuerte. Hoy con movilidad disminuida elije seguir presente en el evento que le da vida: la Fiesta Nacional del Chamamé.

Me gustaría ir a tus inicios y que cuentes tu primer contacto con la música…

Papá era de Buenos Aires y cantaba tangos, pero yo a los ocho años escuchaba a mi vecina tocar guitarra. Entonces, su papá me enseñó tres tonos, y con él aprendí el ritmo del chamamé. Me acuerdo que volví a mi casa a decirles a mis padres que había aprendido a tocar la guitarra y a cantar. Desde entonces actuaba en todas las fiestas escolares con mi guitarra.

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¿Fuiste con alguien para seguir aprendiendo canto?

Sacaba sola los temas y me largue a cantar. Mi papá pidió a Buenos Aires, por medio de unos tíos, que me mandaran una guitarra de la fábrica de Guitarras Tango, que ahora ya no existe más. Me enviaron una bastante chiquita para el tamaño de mi mano (risas). En la escuela teníamos clases de música y la maestra siempre me sentaba adelante. Cantábamos por ejemplo “Lunita del Taragüí”, “Sauce”, canciones de Romero Maciel y Mancilla, quienes en ese momento estaban en su auge. Y en la radio siempre escuchaba a Sosa Cordero, Miqueri, Cocomarola.

De chica y con la guitarra en manos, ¿ya tenías el deseo de dedicarte a esto?

Estaba en mi sangre. Seguí cantando después de terminar la escuela y a los 12 o 13 años me iba a las parrillas por avenida Ferré. A los 14 empecé a cantar en radio LT7, que en ese entonces era la única emisora en Corrientes. “Los jueves de velas doradas” se llamaba el programa. Era con público presente y se llenaba el salón cuando cantaba. Ahí empecé a compartir con grosos del chamamé como Verón-Palacios.

¿Cuándo sentís que das el salto?

Empecé a cantar en el circuito cerrado de televisión. Incluso inauguré el Canal 13 de Corrientes a los 15 años. A partir de allí me pagaban por una agencia de publicidad. A los 17 años me contrataron de una multinacional para grabar en Buenos Aires. Grabé un simple de lado A y B, cantándole a Miqueri y Sosa Cordero.

Siempre nombrás a Salvador Miqueri…  te diste el gusto de cantar con él. Pero ¿cómo lo conociste?

El día que canté con Salvador Miqueri fue como tocar el cielo con las manos. Un día me invitan a comer un asado. Yo tenía 14 años. Me llevaron mis padres y presentan a Vera Lucero (pseudónimo de Salvador). Después de muchos años me dijo “yo me acuerdo el día que te conocí”. Me reí porque era algo imposible, pero él siguió y dijo “cuando vos te fuiste le dije a los que estaban ‘ahí se va la futura voz de nuestro chamamé’, y no me equivoqué”. Ahí lo invité a cantar conmigo en el Cocomarola, y fue un gusto enorme después de haberlo admirado tanto. Tenía 86 años y ensayamos en el camarín. Quedamos todos con la boca abierta porque parecía que había cantado a dúo toda la vida. Fue único y muy especial. No se me borrará hasta el día que  me vaya de acá.

Un amor que perdura

Rosendo y Ofelia se conocieron arriba de un escenario, como no podía ser de otra manera. Fue amor a primera vista, sólo que tardaron más en hablarse que en casarse. Tras dos años Rosendo decidió dejar toda su carrera para empezar de cero con el chamamé que tanto le gustaba. Eso sí, había un agregado: cantar a dúo con Ofelia.

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¿Cómo fue la historia de amor con Rosendo?

En enero del ´68 fuimos a Cosquín. Éramos 18 provincias que competíamos entre nosotros, y después había otros que lo hacían para salir revelación. Ahí veo salir a un morocho con traje de colimba, porque estaba haciendo el servicio militar; ese era Rosendo. Yo estaba con un grabador antiguo para la discográfica y entra este personaje, que era una estrella porque cantaba en el programa Ómnibus, el único que se veía en ese momento. Se presenta y le cuento que lo vi salir revelación en Cosquín. Ahí nos conocimos.

¿Fue un amor a primera vista como bien dicen?

Lo vuelvo a ver en la sala ION donde yo estaba grabando, y me dice: “¿Querés que te acompañe hasta la estación del tren?”. Le dije “bueno, así no me voy sola”. Estuvimos de novios tres meses y 27 días. Nos comprometimos al mes y medio. Se vino hasta Corrientes porque mi padre tenía que firmar los papeles ya que yo era menor de edad. Papá no podía creerlo. Nos casamos acá un 26 de julio. Éramos muy chiquitos, 18 y 22 años, pero lo acompañaba en todos sus viajes porque él era un artista reconocido.

¿Y cuándo nace “Rosendo y Ofelia”?

Después de dos años me dijo que no quería cantar más solo, sino a dúo. Conmigo y chamamé, sin haber tocado antes. Le pregunté: “Rosendo ¿vas a dejar semejante carrera para empezar de cero?”. Me contestó: “Sí, porque el chamamé vale la pena”, y  con eso me mató. Se enamoró del chamamé antes que de mí porque en Misiones compartió escenario con Isaco Abitbol. Empezamos a cantar juntos en todos sus shows hasta que un día se terminó Rosendo Arias y se convirtió en “Rosendo y Ofelia”. En el año ´73 grabamos el primer disco y 35 años duró ese dúo.

¿Qué te aportó Rosendo musicalmente?

Me dio mucho. Porque él era un estudioso y amaba el chamamé. Lo eligió y se preocupaba por aprender. Era un ferviente escuchador y comprador de discos. Admiraba a Cocomarola. Así se hizo amigo de gente chamamecera que eran ladrilleros, pescadores y vendedores. Porque no somos chamameceros solamente los que cantamos y tocamos, sino que lo es también aquel que escucha, ama y que va a los lugares donde hay chamamé. Así aprendió mucho.

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¿De dónde sacaste la fortaleza para seguir cantando como solista?

Él falleció un 30 de abril y el 25 de mayo nosotros teníamos dos actuaciones, contrato previo. Una se tiró para atrás, pero la otra, que era de una señora que estaba haciendo un festival muy grande, me manda a decir que quería que fuera a cantar sola. Me agarra como shockeada aún, desprevenida. Hablo con mis hijos y músicos, y me dicen “vamos Ofe, nosotros te vamos a hacer el apoyo”. A los 25 días estaba parada cantando sola, como cuando comencé, con ese peso brutal en la espalda y en el alma.

Y a partir de ese show no paraste… pero subiendo al escenario pensando en él, siempre.

No puedo mirar para la izquierda, que es el medio ojo con el que veo porque parece que siempre está ahí. Treinta y cinco años cantando, 39 de casados, casi 40, faltaban tres meses para cumplirlos. Con 3 meses y 27 días de novio (suelta una carcajada), eso tiene mucho que ver. Es muy fuerte.

La emoción hecha canción

A pesar de no ser compositora, Ofelia siente tan propia cada una de sus canciones que la llevan al llanto muchas veces. Hoy son cada vez menos las que puede elegir en su repertorio por no poder controlarse arriba del escenario ante la carga emotiva que acumulan.

En tu caso Ofelia, al no ser compositora pero sí intérprete ¿cómo has logrado meterte en cada historia para transmitirla en el canto?

Agradezco a Miqueri, Flores, Sosa Cordero, Ramón Ayala, Teresa Parodi, que fue la gran autora y compositora de esta provincia, porque gracias a todos ellos hoy tengo un gran repertorio. Pero interpretar lo que dice el autor y sentirla, a veces me lleva al llanto. Me pasa con el tema de Miqueri, “Amor supremo”, que nunca pude interpretar  porque me emociona tanto cuando le canta a la mamá. Así de genuina y transparente soy con mis emociones.

¿Te ha pasado con otras canciones?

Sí. Cuando quise cantar “Caminos del arenal” de Mario Millán Medina y Tarragó Ros lo ensayé tanto con mi marido por dos años, y siempre terminaba llorando. Rosendo me dijo que no íbamos a poder cantar el tema hasta que no supere el llanto, y hasta hoy me sigue haciendo llorar. Incluso antes de venir estuve ensayando en mi casa, ayudada por mis nietas, y de repente me largaba llorar. Son emociones que te superan, por eso mientras canto le pido a Dios que me de fuerzas para poder terminar cada una de las canciones y no largarme a llorar.

Así como te emocionás, también hacés emocionar al público. ¿Sentís arriba del escenario el sentimiento de la gente?

Absolutamente. A veces no quiero mirarlos mucho porque me contagio y aflojo. Cuando Teresa compuso “Cielo de Mantilla”, nos llamó para que cantemos y nos juntamos. Al venir nos comunicaron que había muerto un hermano de Rosendo a cinco horas de subir en el escenario. Él estaba destrozado, pero se hacía el fuerte y dijo que no nos íbamos a ir hasta cumplir todos los compromisos. Así que nuestra primera actuación de “Cielo de Mantilla” fue con ese peso en el alma de la muerte del hermano de Rosendo.

¿Por eso será que te trae tantos recuerdos y emociona tanto?

Quizás. Teresa siempre dice que ese tema es mío, no es de ella. Y no, es de ella, yo solo interpreto, porque es una historia real también. Es una señora que la encontró en un shopping en Buenos Aires y le contó la historia, de que su papá era de Mantilla y estaba enfermo y le contaba la historia de lo que dice esa letra. O sea que es verdadera. Cuando la historia es verdadera es más fuerte todavía.

Como solista seguiste muchos años. Acá en Corrientes sos, no quiero decir la más querida, pero…

Pero soy muy querida. Hoy me dijeron tantas veces: “Te queremos tanto”. Viene tanta gente a decirme “te queremos, te queremos, te queremos”. Me demuestran eso, de todas las edades, encima. Desde unas cositas así chiquititas que vienen a sacarse fotos así cara con cara conmigo, como si fueran mis nietas. Y adolescentes en cantidad, es lo que más me sorprende. Eso te da mucha fuerza.

¿Por qué tomaste la decisión de irte y dejar de cantar?

El día en que decidí yo andaba muy mal. Tengo una enfermedad progresiva e incurable en mi parte ósea que es dolorosísima, las 24 horas del día. Entonces le dije a (Eduardo) Sívori: “Me retiro”. Él se arrodilló adelante mío, y me dijo: “No me digas eso”. “No puedo más”, le dije, y me respondió: “Yo sé que un día tendrás la necesidad emocional de volver a cantar, y yo quiero que ese día me avises, porque vas a volver acá, a Corrientes, a cantar. Vos necesitás volver porque la gente te quiere de un modo que te transmite con tanta energía”. Dejé pasar un año y lo llamé. Le dije: “Tenías razón -silencio largo-. Necesito ir a cantar, mi corazón necesita ir a cantar”.

¿Extrañás mucho estar en Corrientes?

Siempre me pasa extrañar mi tierra. Voy a ver si puedo, y mi cuerpo me da, venir en invierno. Aunque sea una vez como para no venir una vez por año nomás. Los otros festivales dejé, y no es que no quiero ir más porque me hice amigos de todos. Dejé solo el festival de Corrientes para alimentar mi espíritu, mi físico, mi alma, todo para poder tirar el año. Pero me parece que no llego al año esta vez, tengo que venir antes.


Sabiendo tu admiración por ellos, ¿Qué se siente estar hoy en día en un anfiteatro llamado Cocomarola y un escenario Sosa Cordero con toda la gente que te quiere?

Para mí es impresionante. No se puede explicar, solo se siente. Es una emoción total. Debes tener un temple especial para saber domarla. Yo ya no puedo a esta altura de mi vida dominarla demasiado, me está pasando eso.

Con la modernidad e implementación de tecnología en el chamamé, ¿cómo ves su futuro?

No sé a dónde puede ir el chamamé, solo espero que no se dañe. Nosotros no teníamos esa tecnología, fue todo a pulmón. Llegar a lugares donde ni siquiera sabían qué significaba la palabra chamamé, eso me tocó con Rosendo. Hacíamos como docencia porque tenían una visión distinta y creían que el chamamé era galopado y movido. No, el chamamé es pura nostalgia. Nosotros se los mostramos, que tenía letras con una nostalgia al pueblo y una añoranza total. Que era entrañable. Esa fue nuestra misión. Fuimos bendecidos porque hicimos lo que nos gustaba y llevamos el chamamé a todos lados.

¿Creés que se están perdiendo las tradiciones?

Lo veo en mis propios nietos. Mis nietos de 13 y 20 años no tienen idea de qué canta la abuela. Nunca me preguntaron “abuela, ¿qué es un chamamé?”. Nosotros sí nos informábamos y sabíamos cuál era nuestro sentimiento hacia la cultura de nuestra provincia. Con la tecnología es como que les entra el mundo entero con otros géneros y otras cosas, pero no es que les entusiasma demasiado. Me parece que no está mal que en las escuelas se les enseñe que cada provincia tiene su tradición, en todo sentido, no solo musical. Hay un montón de cosas que tienen que ver con nuestra cultura. No es solo subir y cantar.

¿Qué sentís que lograste con el chamamé?

Primero, me dio felicidad porque hice lo que me gustaba, y no todo el mundo puede trabajar de lo que le gusta. Conocer toda Argentina y llevar nuestro chamamé, mostrando lo que aún seguimos haciendo. Me devolvió, y me devuelve, día a día la alegría de vivir.

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