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No será fácil

El pasado 17 de octubre, en La Pampa, uno de los territorios nacionales que durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón (1951) se hizo Provincia, se celebró –en el día de la Lealtad de la tradición peronista– un acto de campaña con el eje en la unidad de todas las corrientes del peronismo.


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Más allá de las palabras de los oradores –algunas con acentos integradores que anuncian la vocación de consenso, otras con un toque hegemónico que anuncia todo lo contrario– un video oficial de los organizadores, publicado esa misma noche en LN+, instaló, por primera vez y de manera categórica, las bases de un intento de nueva cultura peronista.

Todo el pasado peronista fue reivindicado en la filmación. Claro que no exactamente todo.

Nadie espera hoy, en el seno del peronismo que habla de sí mismo, la reivindicación del menemismo, aunque casi todos los que eran adultos en los 90 hayan sido parte de las privatizaciones, del fin del ferrocarril, del desempleo masivo, la privatización y extranjerización  de YPF y de la imparable progresión de la pobreza.

Algunos reclaman aún hoy –no en este video, que es conceptualmente light– la reivindicación de la guerrilla. Así lo expresó el líder de Carta Abierta, Horacio González.

De una guerrilla que asesinó al líder sindical más importante del peronismo (José Ignacio  Rucci) y a la que Perón echó de la Plaza, llamándolos estúpidos e imberbes.

Esa expulsión pertenece al legado testamentario del creador del peronismo.

Naturalmente, es un contra sentido reivindicarla después de ese despido en el nombre del peronismo.

Pero lo nuevo, la nueva divisa cultural que intenta este neo-peronismo oficial, ha resultado ser, en este video, el lenguaje inclusivo (se cantó: ¡todes unides triunfaremos!) lo que en realidad es, simplemente, una complicación lingüística inútil. El video de la nueva cultura del actual oficialismo peronista considera “la militancia” a reivindicar, a la “la militancia feminista”, particularmente en la lucha por el aborto (pañuelos verdes a full) libre y gratuito. Es una novedad.

No es que haya pañuelos verdes, sino que no haya lugar, en el peronismo, para pañuelos celestes. Discusión cerrada. El video da por terminado un debate: el peronismo está por el aborto ¿Será así?

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Acotación, siempre creí que peronista se nace. Los conversos siempre suenan truchos. Y suenan truchos porque consideran al peronismo, en definitiva, una escalera mecánica del ascenso político y, después del ascenso social y económico. Como cantaba Gardel “Hoy un juramento, mañana una traición”. He visto tantos.

La otra novedad potente es que el video agrega como heredero, como la encarnación de esa cultura y de esa actualización doctrinaria, a la figura más compatible: Axel Kicillof.

La imagen de Kicillof, en el video, convive con las de Eva y las de Perón, que simbolizaban inevitablemente al pasado: lo que no está.

El presente y el futuro, por cuestión generacional, está identificado, en este proyecto cultural que el video divulga, con la figura del candidato a gobernador por la provincia de Buenos Aires y con las consignas militantes por el aborto legal. El es un representante de esa cultura.

Fue un video con gran poder de síntesis de lo que hoy sectores dominantes proponen como núcleo central de la cultura peronista, al menos por los organizadores del acto de La Pampa.

No fue un hecho menor, porque fue intencional, de larga y meditada elaboración.

Una decisión en la que la actual conducción de la unidad peronista, la que ha llevado al triunfo electoral, suscribe una cultura “progre” y metropolitana, más propia de las clases medias altas dominantes en la vida de la ciudad más rica del país, que la de las barriadas populares.

Nadie en las barriadas de la pobreza, el desempleo, donde se aloja el descarte de la sociedad, como lo llamó Francisco, ni remotamente imagina que la militancia, que es la de la necesidad en busca de derechos, pasa por ahí.

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¿Por qué pasa esto?

Porque hace rato que el peronismo oficial abandonó la idea “productivista”, basada en que el movimiento obrero, las fuerzas integradas a la producción eran la “columna vertebral”. Una expresión de Perón contemporánea a la de “estúpidos, imberbes”. Una expresión explica a la otra.

El enfoque del video introduce una propuesta cultural radicalmente diferente: ya no es la movilización obrera y productiva, la que diferencia al peronismo del resto de las fuerzas políticas, sino la marea verde.

La marea que conecta al peronismo del Poder con la modernidad, que es interpretada como la acumulación de energía de las minorías activas.

Mauricio Macri, retrocediendo hoy vergonzosamente en chancletas, fue quien introdujo -para solaz de J. Duran Barba– la cuestión del aborto para vestirse de progre. Quizá por convicción.

Sin lugar a dudas, todas esas consignas adquieren el estatus de consignas principales en el núcleo progre de los sectores medios. Aunque no pertenecen al top ten de las preocupaciones populares.

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Sin duda, son cuestiones y debates importantes, pero no tienen –aquí y ahora- la urgencia de las cuestiones principales, que son las que definen lo que compone la “vida buena” en una sociedad que tiene otras urgencias, otras carencias y otras prioridades.

Macri, como dijimos, no hace mucho también eligió esa temática como opción de modernidad. Son aguas comunes de otros pozos.

Pero cuando tuvo conciencia de que, en algunos sectores medios del interior, ese discurso lo alejaba, incluso de a quienes le perdonaban los desastres económicos, dio marcha atrás, dando vergüenza ajena.

Claramente, como veremos, no son esas las cuestiones que agobian a la sociedad, pero la capacidad mediática de las minorías, las activa, las transforma, las impone, a puro martillar en temática de todos los días.

Las preguntas existen. Sí. Pero, para una argentina bajo grieta, las respuestas (cualquieras sean) a esas preguntas, no sanan, sino que enferman.

Cuando la política sana, genera armonía. Cuando la política enferma, paraliza, estanca, retrocede.

Me animo a decir que Argentina está enferma de malas preguntas que generan respuestas que enferman. Analice los últimos pasos, para hacerlo, ponga la fecha que quiera, y verá que son las preguntas equivocadas las que inducen políticas que infringen daños.

Más allá de los videos del PJ oficial, la introducción de debates y el retroceso en chancletas de Mauricio ¿qué le preocupa a la sociedad?

Una reciente encuesta que –según la información metodológica-  se realizó sobre la base de una muestra de 60% de personas con nivel socio económico bajo, 32% medio y 7,3% alto, revela cuál es la intensidad con la que la sociedad percibe los problemas del presente.

El primer problema (más de 17%) detectado es la pobreza. Le sigue el desempleo (casi 17%) y apenas debajo (17%) la inflación-dólar.  Un poco más atrás (13%) la corrupción y la clase política. Finalmente, con 10%, el endeudamiento.

Pobreza, desempleo e inflación (dólar) son caras del mismo problema: el profundo fracaso de la política en general y de la política económica en particular.

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Profundo, porque ha calado hondo, agotando esperanzas en todos los estamentos sociales; y porque se viene acumulando desde hace años y expandiéndose en distintas dimensiones.

La pobreza que hemos acumulado es escandalosa, no sólo porque es una carencia inexplicable en una sociedad que, durante décadas, brindó oportunidades a miles de inmigrantes que, en menos de una generación, se incorporaban a la vida de clase media; escandalosa porque no ha dejado de crecer a tasas increíbles desde hace 45 años; y escandalosa porque se ha procurado negarla u ocultarla. La negación de los problemas es la mayor contribución a su profundidad y permanencia. La negación de los problemas es la otra cara de las preguntas incorrectas.

La sociedad percibe hoy la pobreza de casi 15/16 millones de habitantes y de la mitad de los jóvenes, como un desafío difícil de superar. Y claro que lo es.

Más de un tercio de los argentinos que habitan aquí, quiere ser parte del hogar de los argentinos de clase media y hay un muro, una barrera, que parece infranqueable y lo es para ellos. Y es una barrera que se levanta, que se profundiza con el tiempo, es una pobreza que en muchos, muchísimos casos, se arrastra hace tres generaciones.

La sociedad percibe que bien puede ser el desempleo el motor que ha disparado la pobreza. Y tiene razón. Los adultos, los que pueden ser parte de la fuerza de trabajo, ese capital humano ridículamente ocioso, seguramente puede salir de la pobreza a base de un trabajo que, sin duda, le ha de ofrecer dignidad en la vida. Pero no alcanza.

La pobreza, fundamentalmente, es el territorio que habitan, por cuestiones generacionales, los que no están en condiciones de trabajar, y lo son en una magnitud numérica tal que la mejor y más eficaz política de empleo no podría resolver esas carencias.

La pobreza –cuando se acumula tantos años– no se puede rescatar sólo con el empleo de los adultos. El empleo es una condición necesaria. Pero en nuestra situación, no es una condición suficiente.

Estamos cerca de un “punto de no retorno”. La sociedad lo percibe y ahora, gracias a los estudios de la UCA, la honestidad del INDEC que conduce Jorge Todesca, a los movimientos sociales y a las calles de las ciudades y a las periferias que son noticia cuando se inundan, todos estamos siendo conscientes de que es un problema que no se resuelve en el corto plazo y que, sin embargo, es más que urgente resolver.

¿Alguien imagina que algo que no tenga el carácter de una lucha multidimensional y comprometida de toda la dirigencia política, empresaria, sindical, social, puede sacarnos de esta encrucijada angustiante? ¿Cómo retornar a la sociedad decente que alguna vez fuimos? Queda tan lejos, como más de cuatro décadas, en las que se han sucedido preguntas equivocadas.

Claro que hace falta la política de empleo, cumplir el objetivo de pleno empleo, de pleno empleo productivo, pero eso no basta. Son dos problemas. El desempleo que, paradójicamente, reduce los ingresos públicos (tributarios, de la seguridad social) y aumenta el gasto público (planes, ayudas) no sólo genera desequilibrio social, sino desequilibrio fiscal y –peor aún– en una economía tan dependiente de las importaciones para lo que produce la industria, los “consumidores” que no producen generan desequilibrio externo.

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El combate a la pobreza exige acción directa en muchos planos.

Es cierto, la inflación, percibida como problema -que lo es-, también contribuye a la profundización de la pobreza. Y claro que lograr la estabilidad también torna más razonable y posibles, las políticas que apuntan al equilibrio social.

Pero, es obvio, la estabilidad sin empleo no genera nada consistente respecto de nuestro problema de pobreza estructural.

La tarea que nos está esperando, es muchísimo más compleja que la que nos esperaba cuando Cristina Fernández fue desalojada del poder.

Ella no pudo lograr, ni los niveles de empleo productivo –no lo son los seguros de desempleo alternativos que se han conjugado en el empleo público exagerado–, ni conjurar la inflación, y tampoco –por cierto– reducir la pobreza estructural.

Los picos de pobreza de la hiperinflación de Raúl Alfonsín y de la hiperdesocupación de Carlos Menem, seguramente no habrán de repetirse, salvo que retornemos a alguna de esas dos híper que, por ahora, sólo son una amenaza. Pero son una amenaza.

Frente a esta densidad problemática, la sociedad tiene una baja estima de la clase política a la que debe elegir para conducir la salida de los problemas y que debe evitar caer en una de esas dos amenazas de híper que ocurrieron en los últimos años.

El fracaso desprestigia y la clase política no puede exhibir éxitos. No los puede exhibir en ninguna de las cuestiones que hoy y siempre, angustian a la sociedad: pobreza, empleo, inflación.

El gobernador Carlos Verna, en el acto del video, fue descarnado al reconocer un “nosotros”, con el palenque donde rascarse, y un “ustedes” que no tienen dónde apoyarse.

Mientras tanto, el presente que no da respiro.

La tasa de inflación de este mes, anualizada, nos indica que los precios están creciendo a una tasa anual del 70%.

El dato habla de una colosal enfermedad que es más grave si tenemos en cuenta que el FMI, uno de los tantos que estiman el curso de la economía, considera que la caída de la actividad, para este año, será del 3,1%.

El gobierno de Mauricio Macri ha generado un proceso estanflacionario de altísima intensidad. Eso es grave en sí mismo.

Pero mucho más grave que la propia estanflación, resultado de la puesta en marcha de una política de la que Macri no ha logrado ensayar aún la más mínima autocrítica, es lo que enmarcan esa estanflación: las condiciones que son las que, como hemos visto, la sociedad percibe.

Es cierto, el número de personas que se encuentran bajo la línea de ingresos que llamamos la “canasta de pobreza” no ha dejado de crecer desde que Macri asumió el gobierno. Pero no eran pocos cuando llegó.

Néstor trató de ocultar a los pobres. Uno de sus ministros sostuvo que “la gente debería buscar los precios más baratos”; y en ese caso la inflación “buscada” sería menor; y cuando el argumento torno ridículo, Néstor optó por autorizar la falsificación de la medición de la inflación.

Cristina avaló que su Ministro más cultivado sostuviera que  “en Argentina había menos pobres que en Alemania”; y finalmente,  descargó el argumento del Ministro hoy estrella, a quien consagrara como su delfín, “no medimos la pobreza porque hacerlo es estigmatizarla”.

Nadie se cura de las enfermedades que niega y el kirchnerismo, que sin duda bajó el número de personas que estaban en la pobreza en la crisis de ajuste de 2002, cualquiera sea la razón que se alegue, no encaminó la resolución del problema que, siendo estructural, requiere mucho más que compensaciones dinerarias o alimentarias para resolverlo.

La masa crítica de la pobreza estaba ahí cuando llegó Mauricio. Pero se habían acabado los días de los superávit gemelos, fiscal y externo, se habían agotado los stocks de reservas monetarias, los energéticos y también la paciencia. Y todo eso sin disminuir la pobreza estructural y sin transformar la estructura productiva. Doce años es mucho, si observamos lo que ha ocurrido en nuestro país o ayer nomás en otros países. El tiempo nunca es mucho cuando los que mandan piensan poco.

Muchos miles de millones de dólares se habían fugado y los años generosos de los términos del intercambio favorables se habían angostado.

Y, como si fuera poco, habíamos salido parcialmente del default (no del todo) y empezábamos a pagar la deuda renegociada mientras los acreedores que quedaron afuera nos cerraban el acceso al crédito: pagábamos al Club de París, la expropiación de YPF, algunos problemitas del CIADI y a pesar de eso no teníamos otro acceso al crédito que no fuera el saldo eternamente negativo con China.

La “bomba social” permaneció con Macri, atendida –enfriada- con la misma metodología empleada en el período anterior. Las “políticas sociales” –por cierto necesarias– revelan el fracaso de las políticas económicas, pero se fueron convirtiendo de la emergencia al hábito; y de “la necesidad” al mérito.

Es extraño que se compute como un “avance” el tener más planes sociales de ayuda. Pero es así el lenguaje político actual. Los planes enfrían, pero de ninguna manera desactivan.

El tic tac está ahí. Los curas villeros, los “cayetanos”, los dirigentes sociales, que tantas veces y tan irresponsablemente algunos comentaristas denigran, forman el circuito permanente de enfriamiento. ¿Cómo sería sin ellos?

En estos cuatro años, todo se ha agravado. Los mercados de crédito siguen cerrados; el nuevo default es una amenaza cierta; no hay tal cosa como “equilibrio fiscal” sino un desequilibrio difícil de enmendar.

La recesión es de tal magnitud que ha generado un superávit comercial efímero y contra natura; la pila de las reservas gotea día tras día a pesar del control de cambios.

La sociedad lo percibe. ¿La política está adelante o sólo reacciona cuando los hechos la gobiernan?

Los CEO fracasaron en toda la línea. A la política disponible no le fue mejor.

Dejando de lado el video y las palabras de permanente acusación del otro lado, la unanimidad de las palabras predica por el acuerdo, el consenso, el pacto. Podría ser una buena señal.

Pero el acuerdo que sirve, permítame, es el que sirve para empujar. ¿Empujar qué?

Empujar un programa. Y para eso hay que tener un diagnóstico de cada uno de los problemas que nos acucian. De tanto repetir que la salida es el acuerdo, lo estamos convirtiendo en una caja vacía.

La peor sorpresa sería que cuando abran la caja del acuerdo, se encuentren con que dentro de ella no hay nada. Y nada habrá mientras luego del diagnóstico, se formulen las preguntas correctas.

Y más allá de las generalidades obvias, todavía no hay nada en oferta que respondan a un diagnóstico maduro.

Sólo a partir de un diagnóstico maduro, con todas las radiografías y análisis sobre la mesa, podemos empezar a preguntar correctamente, que es el primer paso para tratar nuestra enfermedad que es inexplicable sin esos datos y esas preguntas. Le recuerdo que cada vez que hubo una mejoría, siempre efímera y desmesurada, se hablaba del “milagro argentino”. Es que no había demasiada explicación si se esperaba que lo actuado explique. Siempre la “causa” fue un agente “externo”: casi siempre deuda, o a veces términos del intercambio favorables.

La deuda es la quinta esencia del populismo puro, aunque se la publicite como “operaciones especiales de magos generosos”. No hay posibilidades de que esa apelación pueda tener andamiento. Los términos del intercambio favorable son la suerte. Y hoy está difícil que vayan a ocurrir.

Son tiempos difíciles que obligan a hacer política de Bien Común, lo que no es fácil de priorizar, y política económica profesional, lo que hace rato que no se práctica. No será fácil. No hay videos explicativos de entusiasmo que lo resuelvan. Ya lo intentó Marcos Peña y así nos fue.

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