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La crisis no es afuera

La palabra pánico está al orden del día. La asociamos con la idea de miedo, extremado y colectivo.


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Las primeras señales del pánico, que se manifestó bursátil porque por el bolsillo se hace “viral”, fueron las del contagio de un virus de especies animales que, por mutación, se hizo transmisible entre humanos. El ataque tiene la potencia de la sorpresa, la localización inicial entre multitudes en contacto y la estrategia superior de lo pequeño como lo demuestra en la historia la desaparición del dinosaurio.

La aparición fue en China y la primera consecuencia es que se frenó el motor de las primeras décadas del SXXI. La respuesta de ese Estado fue la cuarentena de una región que podría derivar en una suerte de cuasi cuarentena económica.
Después el cierre de la frontera rusa. Luego la explosión italiana y el cierre de los vuelos de Europa a los Estados Unidos. El efecto dominó tiene al mundo, por un tiempo, entre paréntesis en lo que hace al desarrollo lineal de un modelo económico que parecía incontenible. Un imprevisible Pangolin lo contuvo, al menos, por un tiempo. El motor frenando y las cadenas de transmisión entrecortadas. Este es el escenario económico que tenemos por afuera. La chapa y la pintura abolladas, el afuera, sin olvidar el desgaste de las piezas interiores de nuestro país y –no negarlo– por qué no del sistema económico mundial con, seguramente, algunas excepciones nacionales tan invulnerables como invulnerables sean las fronteras ¿Lo son?

Por ejemplo, los barcos de materias primas de nuestros productos de exportación que no se descargan en puertos bloqueados o que dejan de comprarse o que dejan de pagarse.

Por ejemplo, los barcos de materias primas de nuestros productos de exportación que no se descargan en puertos bloqueados o que dejan de comprarse o que dejan de pagarse.


A pesar de una confesada e inexplicable demora -de nuestra área ministerial especializada-ante el primer problema no heredado que recibe esta gestión (“El coronavirus no es un riesgo para los argentinos. Nuestro país está protegido porque está lejos, porque no hay vuelos directos y porque es verano”, G.G. García) tuvimos una reacción social de autoprotección positiva e importante. Un comerciante de Zarate, llegado de China, que decidió no aislarse violando la ley, la solidaridad y la generosidad del país que lo acogió, fue multado y cerrado su comercio y espera una sanción penal, de la Justicia que actuó esta vez como todos esperamos.
Pero, a pesar de esas reacciones positivas, ya tenemos casos por contagio; casos de quienes no viajaron pero fueron contagiados. Es preocupante y el Presidente lo certificó anunciando las acciones públicas en la materia. En el otro extremo del país y de la política, mientras la versión feroz del kirchnerismo amenaza con la intervención inexplicable de la Justicia de Jujuy, su gobierno cierra por 15 días el dictado de clases.
El virus se expande planetariamente hasta dónde ha llegado la civilización. La demora en el desarrollo del arma “protectiva” o vencedora, promueve la conducta de la distancia entre personas para reducir las posibilidades de contagio. Cambios en las normas cotidianas: ni la mano, ni el beso.

Es demasiado prematuro y tal vez agorero, imaginar que las consecuencias de la desaceleración de la economía, el impacto del coronavirus, podrían reducir nuestra capacidad de venta de nuestra naturaleza y la obtención de recursos decisivos.


Pero el riesgo verdadero es el colapso de los sistemas sanitarios no preparados para este ataque sorprendente escapado del mundo animal. Justamente el pánico surge de lo que no se puede prever. Y sobre los riesgos de la salud se traslada el pánico a la economía. El bolsillo es la víscera más miedosa del ser humano. Perón dixit.
El pánico de los mercados impulsa a la baja de los valores que representan la dinámica económica. Ellos descuentan el retroceso de la actividad e imaginan una caída vertiginosa: los valores se desploman. Y lo peor es que la profecía bursátil se verifica autocumplida como derivación de los problemas logísticos derivados de la diseminación planetaria de todas las partes, bienes, insumos, que componen la atomizada cadena de valor de todos los bienes y de todo el sistema productivo transformado por la globalización. Hay un pánico material, el temor, a la interrupción de las cadenas. Se estima que China casi monopolizó la producción de máscaras sanitarias y hoy se señala el comienzo de una escasez que asusta. Después de esto ¿a qué llamaremos eficiencia, productividad, a partir de un sistema productivo atomizado funcional a una manifactura segmentada susceptible de ser interrumpida por un virus?
Aquella atomización locativa que se predicaba como la fuente de la productividad, se decía el resultado de la más eficiente asignación de recursos, se enfrenta a la verificación de que todo lo que se procuraba se trata, en principio, de un caso especial y que sólo sería válido en esas condiciones cuya obtención no es inexorable: el enfrentamiento China, Estados Unidos; el coronavirus o la cuestión del petróleo, todo en poco tiempo pone en duda la generalización “urbi et orbi” de lo absolutamente benéfico de ese modelo de cadenas internacionalizadas atomizadas.
Por ejemplo, los barcos de materias primas de nuestros productos de exportación que no se descargan en puertos bloqueados o que dejan de comprarse o que dejan de pagarse y que podrían cortar las cadenas de pago hacia adentro, conforman una amenaza hasta ayer no previsible. El dominio del pensamiento lineal.
La dependencia de la capacidad de compra atada al progreso y al pago de unas pocas naciones, es decir, todos los huevos en pocas canastas, es la debilidad derivada de la especialización simplificada. Un verdadero disvalor que, muchos economistas argentinos, han promovido y promueven, sin haber logrado entender que si se tienen pocas letras del abecedario, pocas palabras se pueden escribir y pronunciar y en ese caso, la conversación económica se torna monosilábica. Primitiva. La especialización construye sociedades primitivas y por lo tanto débiles, frágiles, contagiables.

El pánico de los mercados impulsa a la baja de los valores que representan la dinámica económica. Ellos descuentan el retroceso de la actividad e imaginan una caída vertiginosa.


Por otro lado, la dependencia propia de las actividades armadoras que sólo pueden existir en la medida que llegan las partes constitutivas de la cadena de valor a la que pertenecen, procedentes de otros ámbitos, es una condición de fragilidad estructural de todo aquello que no surge de la explotación de la naturaleza. La industria armadora, y a eso estamos reducidos con pocas excepciones, está sometida a la provisión de suministros externos. El peso de la interrupción de suministros es la medida de la fragilidad de lo que no es pura explotación de la naturaleza.
Es demasiado prematuro y tal vez agorero, imaginar que las consecuencias de la desaceleración de la economía, el impacto del coronavirus, podrían reducir nuestra capacidad de venta de nuestra naturaleza y la obtención de recursos decisivos. Tal vez también sea extremadamente pesimista imaginar siquiera que las provisiones de las cadenas, que componen los bienes de los que somos armadores, habrá de, o podrán, interrumpirse. Tal vez nada de esto ocurra.
Pero sin duda el temor que hoy acusan los mercados, sensibles, volátiles, no nos ofrecen un escenario de confort futuro. No será la suerte de todos. Aquellos capaces de generar el espectacular negocio de la compra a la baja y la venta a la suba, estarán de para bienes. Aunque no es menos cierto que siempre la especulación, aunque genera ganancias, produce pánico para la inmensa mayoría.
Pues bien. No somos nosotros responsables de lo que ocurre en el planeta y menos del “serendipity” del coronavirus y su furiosa expansión. De ninguna manera. Una digresión acerca de lo que somos capaces: no hace mucho logramos liberarnos de la aftosa sin vacunación, pero duró poco. Una “inexplicable” entrada de hacienda paraguaya infectada “logró” que volviéramos a vacunar. Volvamos.

El pánico de los mercados impulsa a la baja de los valores que representan la dinámica económica. Ellos descuentan el retroceso de la actividad e imaginan una caída vertiginosa.


No somos responsables de este virus y sus consecuencias económicas. Pero sí somos responsables por no haber trabajado en multiplicar el número de nuestros mercados y de no haber extremado el valor agregado de nuestros productos de la naturaleza: por ejemplo, hicimos una agricultura cada vez más sojera, una producción de proteínas menos animal. Durante el kirchnerismo liquidamos 10 millones de cabezas de vacunos supuestamente “para defender la mesa de los argentinos”. Primarizamos y especializamos las exportaciones y las encajamos en pocos mercados por no haberlas valorizado en términos de procesamiento.
También somos responsables de haber permitido perder la integración local de la industria automotriz o de haber destruido la industria ferroviaria y el sistema ferroviario y haber perdido la flota marítima y haber destruido la industria naval generando déficit permanente. Esas responsabilidades nuestras nos han hecho un país frágil.
La crisis del Pangolin que golpea a una economía mundial que arrastraba desde hace unos años problemas de deterioro del incremento de la productividad, problemas de distribución e inequidad, con una conflictividad social creciente y contradicciones como las que surgieron en las principales economías planetarias, lo que evidencian los problemas del modelo implícito de integración China-USA, del Brexit respecto de la economía europea y ahora la nueva geopolítica del petróleo.
El coronavirus es algo nuevo y distinto y opera como un acelerador ¿Es nuevo? La gripe aviar tuvo más consecuencias fatales, pero, dicen –palabras de Ángela Merkel– que hasta el 60 por ciento de un país puede ser contagiado por este virus.

Durante el kirchnerismo liquidamos 10 millones de cabezas de vacunos supuestamente “para defender la mesa de los argentinos”.

Durante el kirchnerismo liquidamos 10 millones de cabezas de vacunos supuestamente “para defender la mesa de los argentinos”.


Umberto Eco en 1972 escribió un ensayo, tan breve como iluminador, llamado “La nueva Edad Media”. Eco analizaba el trabajo liminar de Roberto Vacca cuya tesis era – resumía Eco –que “la degradación de los grandes sistemas típicos de la era tecnológica que, demasiado vastos y complejos para ser coordinados por una autoridad central y también para ser controlados individualmente por un aparato directivo eficiente, están condenados al colapso y, por interacciones recíprocas, a producir un retroceso de toda la civilización industrial”.
¿Es una profecía? No lo sé. Pero en todo caso las cuestiones problemáticas del sistema global, su compleja administración, nos obliga – y el escenario del coronavirus, que seguramente será transitorio, sólo contribuye a ponerlo en blanco y negro – nos obliga, decía, a privilegiar, en el diseño político, la prioridad de la definición del rumbo de la navegación interior. Ser capaces de superar las contingencias, sea del coronavirus sea de la crisis global de la economías por cualquiera de las causas posibles imaginables o no, nos obliga a definir un rumbo de navegación interior.
Sin duda que toda política, como señalaba el General Juan Perón, es política internacional. Pero eso supone que la definición de la Nación está clarificada, esclarecida, aterrizada en sus fases prácticas, materiales. Esta situación crítica nos abre nuevamente estos interrogantes.

Cada vez que ese viento de cola se detiene ni siquiera podemos permanecer en el mismo lugar: retrocedemos.


¿Dónde radica la cohesión de un país en el que hay territorios, provincias, en las que las condiciones materiales de vida, los ingresos, la salud, la educación, la habitación, hasta la distracción, imita las condiciones del primer mundo y, a horas –cuando no a minutos–, las condiciones materiales de vida naufragan escandalosamente, la pobreza y la dependencia de la ayuda pública constituye el único medio de vida, la salud es una ruleta rusa , la educación es el nombre de algunas comidas y el hacinamiento generador de la violencia es la política habitacional? ¿Quién cree que, en esas condiciones, volvamos al virus, el “cuidado” nos puede preservar?
O pongamos kilómetros y no horas. Las provincias del Norte, donde radican mayorías de argentinos de siglos en esta tierra, los que se mestizaron desde la conquista y nos legaron la tonada, como recita Esteban Agüero, y que dieron y dan y están condenados a la entrega de su producción y su trabajo en estado primario por la molicie del Estado, la política, que no ha pensado, desde hace años, en navegar el rumbo interior para romper la colonización interna en que vivimos y permite a la Ciudad de Buenos Aires gozar de un nivel de vida que –digan lo que digan– se basa en el trabajo y la historia de toda la Nación y no sólo de lo que –sin duda con mérito– logran los porteños.

Somos responsables por no haber trabajado en multiplicar el número de nuestros mercados y de no haber extremado el valor agregado de nuestros productos de la naturaleza: por ejemplo, hicimos una agricultura cada vez más sojera.

Somos responsables por no haber trabajado en multiplicar el número de nuestros mercados y de no haber extremado el valor agregado de nuestros productos de la naturaleza: por ejemplo, hicimos una agricultura cada vez más sojera.


Esta dicotomía que nace y se mantiene por el ocio estructural de la política de no pensar en el país todo, del que pareciera no se siente parte, es lo que nos hace vulnerables a todos los episodios en los que no sopla el viento de cola que, sin el menor esfuerzo de la política, nos hace creer que estamos avanzando.
Y cada vez que ese viento de cola se detiene ni siquiera podemos permanecer en el mismo lugar: retrocedemos. Las crisis, del Pangolin al petróleo, son -para nosotros- viento de bolina que nos empujan a la red enmarañada de problemas que nunca hemos decidido resolver.
Hoy –es verdad– la deuda, los compromisos incumplidos, los fracasos estrepitosos de todos los anteriores gobiernos de los últimos 45 años, nos pesan y nos enfrentan al presente como si estas urgencias fueran lo único de qué ocuparnos.
Despertemos, si no pensamos la navegación interior, el afuera terminará por consumirnos.
Sin pensar el adentro jamás tendremos una respuesta convincente para el afuera, que hoy es la deuda.

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