“Dios no hace nada sin revelar sus planes a sus siervos, los profetas”, nos anuncia el profeta Amós (3, 7). Desde hace años la Santísima Virgen María, cumpliendo la voluntad de Dios, nos viene anunciando en sus numerosos mensajes lo que va a suceder si los hombres no vuelven a Dios, si no se arrepienten de sus pecados y mejoran en sus acciones, de lo contrario la Cólera de Dios se conocerá con gran sufrimiento para la humanidad. Dios es Amor, pero también es Justo, porque es Perfecto.
Sin embargo, en este mundo postmoderno en el que la justificación es la “regla”, y el bien y el mal no se diferencian, donde al pecado no lo tienen en cuenta o tratan de hacer creer sutilmente que no existe. Donde la belleza y el ridículo es cuestión de pareceres. Donde la virtud es burlada y bastardeada. Donde la honestidad no es un valor sustancial frente a la mentira y a la corrupción. Donde la inseguridad, la pobreza espiritual y material y el sufrimiento son estadísticas. Donde lo natural y sobrenatural deben ser superados, a pesar de su eterna inviolabilidad. Y por tantas cosas más, me pregunto: ¿Y los valores permanentes que siempre han dado equilibrio, sensatez y normalidad a los hombres, dónde están? ¿Y el clásico, o sea permanente magisterio antropológico de la filosofía aristotélica, que demuestra el origen de los valores ancestrales, no tiene vigencia? ¿Y el Dios Verdadero que se reveló como el único Creador y Salvador de los hombres y a quienes dejó su Doctrina, fundamento de los valores de siempre, es tenido en cuenta? ¿Ya no es el valor supremo? ¿O queremos imponer a un Dios según marca la postmodernidad o desechar sutilmente al Dios que se reveló? Y como muy bien enseña Thomas Merton: “El problema humano religioso real existe en las almas de quienes entre nosotros dicen creer en Dios y reconocen que hay que amarlo y servirlo: ¡pero no lo hacen!” ¡Cómo hemos olvidado nuestra dignidad! Porque llegamos al culmen de la sinrazón a identificarnos con una vida de fe casi íntegramente absorbida por la mentalidad dominante que trata a la fe, no como una gracia, sino como un residuo de una antigua vivencia, fascinante, hermosa, pero en última instancia expresión de una relación con la realidad totalmente superada y digna de lástima. Y si aceptamos esto los cristianos es porque hemos perdido la dignidad de nuestro Bautismo y la seriedad de reconocer la gravedad de crisis de la razón que atraviesa el mundo. Por esto Benedicto XVI en el año 2012 en una actitud de magistral valentía denunció la crisis de fe que vivimos los cristianos en el documento “Porta Fidei”.
Si comenzamos a hacer especulaciones con el sistema de ideas vigentes y delimitamos y circunscribimos el Ser de Dios a fin de reemplazarlo por una verdad que no es absoluta, destruimos el concepto verdadero de Dios y lo juzgamos según convenga al relativismo, y esto, ya lo decía San Gregorio Niceno, es claramente una forma de idolatría. ¿Qué pasa entonces? Justificas las acciones de Dios no de acuerdo con lo que es Él, sino según el sistema vigente que sostiene lo que debería ser Dios. Entonces uno se encuentra pidiendo disculpas al mundo por Dios, para que suba unos puntos en la estima de los hombres. Como si Dios dependiera de una consulta democrática. Y para esto hay una sola palabra que define esta realidad: blasfemia. También es ateísmo, porque un Dios que para Su justificación depende de tus ideas no es posible que exista. (Ver “Grados del Conocimiento” de J. Maritain).
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Dice el filósofo chino Tianyue Wu: “Vosotros y yo vivimos en una época en la que todo lo que tenemos es la vida aquí, en la tierra, y nada más”. Y aquí radica según su opinión, la emergencia de nuestro tiempo. “La persona no consigue encontrar su dignidad humana”. Vivimos en una realidad aplastada por una larga tradición de materialismo, de secularización, de relativismo y sincretismo y de un marxismo gramsciano, creyendo que esto y el progreso nos salvarán, y no nos damos cuenta que el progreso lo primero que hizo es deshumanizar al hombre y negar la verdadera presencia de Dios, porque trastocan su auténtico realismo y vacían al hombre de su vocación trascendente y coronan negando la necesidad espiritual que nunca muere. Porque la genuina emergencia que vivimos es la de una grave forma de empobrecimiento espiritual, cultural. ¿Quién puede reaccionar ante esto?”. Todos debemos reaccionar con una honda responsabilidad de reverencia, sacralidad y humanidad, asumiendo lo que auténticamente somos, y con una conciencia realista, y una acción de altura, dejando de lado las sensiblerías, el utilitarismo, la figuración y la demagogia, que lo único que producen son adeptos y secuaces y no hombres de auténtica fe y honda responsabilidad. Teniendo en cuenta nuestra esencia, nuestro origen, nuestro destino trascendente, el culto a nuestras raíces y a nuestra identidad y a la gran responsabilidad de cultivar (formación), vivir, respetar, defender y proclamar la Belleza como el esplendor de la Verdad que se manifestó: “Yo Soy el que Soy”. “El que Es”. (Éxodo, 3,13). Ningún pensamiento humano se elevó jamás a las alturas de esta idea con que Dios se dignó revelarnos su definición. El Ser que existe por sí mismo. El Ser Absoluto. La Plenitud del Ser. Tal es la esencia de Dios.
Y frente a todo lo que estamos sufriendo, como el dengue y el coronavirus y otras graves realidades, creo llegó la hora de pensar: ¿“Y Dios?”. ¿No fue el que creó al hombre a su imagen y semejanza? ¿No fue el que entregó a Su Hijo Jesús para que en la Cruz nos salváramos y tengamos vida y vida en abundancia?
Por tanto, lo que nos queda es marcar el camino de revivir y hacer sentir la presencia de Dios y sacudir la modorra de muchos que duermen o se vaciaron en el desierto por los ruidos del mundo y se olvidaron del único valor esencial para vivir, por la emergencia de inmunodeficiencia espiritual que padecemos. Porque la fe vivida abre el corazón a la Gracia y a la presencia de Dios que nos libera de todo mal. ¡Es el misterio de Dios! Por esto el misterio enciende nuestro deseo y nos saca de la complacencia y nos proyecta hacia una pertenencia apropiada. Una vida que deja fuera el misterio se vacía. Por esto el discurso moderno suena como abandonado, sin médula, sin sustancia, que ensombrece todo anhelo y toda esperanza. Y en nuestra profundidad el deseo adquiere expresión, y este anhelo nunca puede ser satisfecho por sinónimos disonantes. Porque la secreta inmensidad del alma sólo admite la nota resonante de lo divino. No se trata de una presencia divina ausente y distante, diferente a nosotros, por el contrario, Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros y nos posee. ¡Esta es la Verdad! Y esta realidad innegable satisface el espacio inefable del corazón donde ninguna otra vivencia puede colmarnos y plenificarnos. Es lo que nos da el don vital del sentido de la vida. Y lo maravilloso de esta presencia divina es la majestad de lo que oculta con tanta sutileza en su eternidad radiante. Por esto la fe abre el corazón a la Gracia, al sentido de la vida con tanto poder y vitalidad. Es la gloria humana por la presencia del anhelo divino por nosotros. Es Cristo completamente vivo en nosotros que late y palpita de Amor y nos vivifica, nos edifica y transforma en seres humanos dignos y nos eleva a ser hijos de Dios y herederos de su Gloria, y nos convoca a ser guardianes y cultivadores de Su Creación y Redención: ¡Este es el sentido de nuestra vida y la misión que debemos cumplir! Porque Cristo nos da la vida y en forma abundante.
Precisamente en estos días se iba a presentar en el Congreso el proyecto para legalizar el aborto, con una dinámica express, para solucionar un problema de salud pública, según el Gobierno nacional. Pero vemos que el rechazo la ignorancia y la dominación son los factores que llevaron a querer legalizar el genocidio silencioso más inicuo y atroz. Porque rechazan a Dios y su Ley. Ignoran que el aborto es la negación del primer derecho humano, el derecho a la vida, a nacer. Y que la Internacional Maligna expresada desde la ONU y por los poderosos del mundo como Soros y otros, dominan e imponen estos actos a los responsables de las naciones.
Rechazar y destruir la vida creada por Dios, es la suma de la soberbia del hombre contra su propio Padre. Es la mejor expresión de la cultura de la muerte. ¿O nos hemos olvidado lo que enseña la historia, cuando el hombre se reveló contra Dios, Su Creador, Su Padre y Su Amigo? Siempre que el hombre pecó contra Dios, Su Ley y contra lo más bello que creó Dios, el hombre y su vida, Dios que es Amor pero también Justo, porque es Perfecto, la humanidad sufrió, sufre y sufrirá las consecuencias de esta rebelión. Entonces que no nos sorprendamos con tantos males que hoy padece la humanidad. Si no, miremos a Dios y roguemos Su Gracia y veremos la Luz del Amor, de la Misericordia y del Poder de Nuestro Padre Bueno y Amigo para bien de todos sus hijos.
La bandera de la Vida es una bandera de Amor, de Unidad, de Grandeza y de testimonio militante, cuando consigamos entre todos, vencer los demonios domésticos y emerger pacíficamente al rescate de la dignidad de la Vida como presencia del Amor, el hombre hará Justicia con Dios y habrá Paz.
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