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De adefesios fascistas

Un par de años antes había habido un intento de golpe de Estado, con tanques agujerando el Parlamento. Gobernaba un abogado resacoso que se había tropezado con el poder en 1999, como efecto colateral de las disputas entre el militarista Lino César Oviedo y el stronista Luis María Argaña, reconvertido en demócrata de la primera hora una década antes de su asesinato. La posibilidad de un retroceso político era, simplemente, palpable en todos lados. En ese contexto, hay que ubicar la preocupación de Colombino.

Hoy los adefesios fascistas pululan en Asunción. No solo bajo la forma encorsetada de la arquitectura, semejante a rigurosas cámaras de tortura, como es el caso del Templo. Sino en la mente de las personas, en la desesperación de determinadas franjas sociales cooptadas por la seguridad patriarcal del orden jerárquico de cualquier institución o grupo criminal, no importa; por la retórica que mezcla política, empresa y religión; por la alienación seudometafísica de una promesa que no es de este mundo, mientras el mundo real se cae a pedazos.

No toda intolerancia es fascismo, es cierto. Pero como precisó Umberto Eco (en un texto clásico publicado también en ÚH, dicho sea de paso), solo hace falta que alguno de sus tópicos aflore para que se forme una nebulosa fascista que termine regodeándose en el odio, en nombre de la tradición, la nación, la irracionalidad u otra cosa.

La vieja indignación del poeta Carlos Colombino era una reacción estética, pero sobre todo una alerta ética para el futuro. En el fondo, lo que decía –desde una columna periodística, hoy que la prensa local se compromete cada vez menos con matrices comunicativas laicas, aun en la redacción de noticias– es que no había por qué naturalizar el fascismo, incluso en el paisaje asunceno.

Muchos de los jóvenes de 2002, los que no sufrieron bajo una dictadura, los que no tenían por qué someterse al miedo con que habían sobrevivido sus mayores y los que, en principio, tenían una inédita oportunidad de desarrollarse con mayor libertad y conciencia crítica que sus padres, se han convertido hoy en adultos demasiado proclives a la sumisión acrítica, a la obligatoria alegría de la normalidad y, a veces, a la activa delación de lo diferente y de lo nuevo, si no es al temeroso placer de su destrucción.

Me toca de cerca el diagnóstico que se desprende de aquel bravo artículo de Colombino, que no tengo a mano y que gloso de memoria. Pertenezco a la generación del inmediato poststronismo. Una generación visiblemente amenazada por el regreso del fascismo vernáculo. Ahora los adefesios andan disfrazados de tentadora modernidad bajo el consumo o, simplemente, florecen en el acomodo de los corporativismos partidarios, en su mayoría colorados.  

El viceministro de Culto, el bioquímico y coaching motivacional Fernando Griffith, en un seminario internacional organizado por el Ministerio de Educación y Ciencias, subestimó la filosofía como fuente de conocimiento, cuestionó la ciencia de un biólogo y de una sicóloga y defendió un “Paraguay poderoso” sin influencias foráneas que “volverá a brillar” como en el siglo XIX.

Cuando Colombino hablaba de adefesios fascistas y temía por el futuro pensaba, simplemente, en gente como Griffith.

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